domingo, 10 de marzo de 2013

Me pondré en camino a donde está mi padre

IV Domingo de Cuaresma
Recientes sondeos de opinión revelan que la mayoría de los europeos aceptan la existencia de Dios, pero pasan de él y actúan como si no existiera. Esta actitud se aproxima a la del hijo menor de la parábola, que se aleja de la casa del padre y se organiza la vida a su aire.

La parábola describe con todo lujo de detalles el proceso de este hijo. Se ha llevado lo mejor del padre: su herencia. Pero lejos de acumular felicidad y bienestar, se va deteriorando progresivamente hasta llegar a la máxima degradación: el hambre y el cuidado de los cerdos. Vivir al margen de Dios no conduce a una vida más humana, más sabia, más noble o gratificante.

Es aquí cuando recapacita y hace balance: ¿qué hago con mi vida? Discierne los pasos que reorienten un nuevo porvenir y toma una decisión sorprendente: "Me pondré en camino a donde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros". Decisión nada fácil, pero cuando alguien la asume desde el fondo de su corazón, es señal inequívoca de que su relación con Dios ha cambiado para bien.Y todo termina en fiesta desbordante.

Por el contrario, el hijo mayor, el hombre recto y observante, el que nunca se fue de casa ni desobedeció a su padre, al final se queda fuera del hogar sin participar en la fiesta. Y ése es su gran fallo: no tiene entrañas de misericordia, no comprende el amor del Padre, no ama. Sólo entrará en la fiesta final, no el observante que niega acogida y perdón, sino quien comprenda que Dios es Padre de todos y sepa acoger, comprender y perdonar a sus hermanos.

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