domingo, 28 de septiembre de 2014

SERÉIS LOS PRIMEROS

Jesús conoció una sociedad estratificada, llena de barreras de separación y atravesada por complejas discriminaciones. En ella encontramos, judíos que podían entrar en el templo y paganos excluidos del culto. Personas «puras» con las que se puede tratar, y personas «impuras» a las que hay que eludir. «Prójimos» a los que se debe amar, y «no prójimos» a los que se puede abandonar. Hombres «piadosos» observantes de la ley, y «gentes malditas» que ni conocen ni cumplen lo prescrito. Personas «sanas» bendecidas por Dios, y «enfermos» malditos de Yahvé. Personas «justas», y hombres y mujeres «pecadores», de profesión deshonrosa

La actuación de Jesús en esta sociedad resulta tan sorprendente que todavía hoy nos resistimos a aceptarla. No adopta la postura de los grupos fariseos que evitan todo contacto con impuros y pecadores. No sigue la actitud elitista del Qumrán donde se redactan listas precisas de los que quedan excluidos de la comunidad. 


Él se acerca precisamente a los más discriminados. Se sienta a comer con publicanos. Se deja besar los pies por una pecadora. Toca con su mano a los leprosos. Busca salvar «lo que está perdido». La gente lo llama «amigo de pecadores». Con una insistencia provocativa va repitiendo que «los últimos serán los primeros», que «el hijo perdido» entrará en la fiesta y el observante quedará fuera, que los publicanos y las prostitutas van por delante de los justos en el camino del reino de Dios.

¿Quién piensa hoy realmente que los alcohólicos, vagabundos, pordioseros, y todos los que forman el desecho de la sociedad, puedan ser un día los primeros? ¿Quién se atreve a pensar que las prostitutas, los heroinómanos o los afectados por el SIDA pueden preceder a no pocos cristianos de «vida íntegra»? 

sábado, 20 de septiembre de 2014

No desvirtuar la bondad de Dios

A lo largo de su trayectoria profética, Jesús insistió una y otra vez en comunicar su experiencia de Dios como “un misterio de bondad insondable” que rompe todos nuestros cálculos. Basta situarnos en la lectura del evangelio de hoy. Para contagiar a todos su experiencia de ese Dios Bueno, Él compara su actuación a la conducta sorprendente del Señor de una viña.

Hasta cinco veces sale Él mismo en persona a contratar jornaleros para su viña. No parece preocuparle mucho su rendimiento en el trabajo. Lo que quiere es que ningún jornalero se quede un día más sin trabajo. Por eso mismo, al final de la jornada, no les paga ajustándose al trabajo realizado por cada grupo. Aunque su trabajo ha sido muy desigual, a todos les da “un denario”: sencillamente, lo que necesitaba cada día una familia campesina de Galilea para poder vivir.

Cuando el portavoz del primer grupo protesta porque ha tratado a los últimos igual que a ellos, que han trabajado más que nadie, el Señor de la viña le responde con estas palabras admirables: ¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno? ¿Me vas a impedir con tus cálculos mezquinos ser bueno con quienes necesitan su pan para cenar? ¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros manejamos? ¿Será verdad que Dios, más que estar midiendo los méritos de las personas como lo haríamos nosotros, busca siempre responder desde su Bondad insondable a nuestra necesidad radical de salvación?

Creer en un Dios, Amigo incondicional, puede ser la experiencia más liberadora que se pueda imaginar. Hemos de aprender a no confundir a Dios con nuestros esquemas estrechos y mezquinos. No hemos de desvirtuar su Bondad insondable mezclando los rasgos auténticos que provienen de Jesús con trazos de un Dios justiciero. Ante el Dios Bueno revelado en Jesús, lo único que cabe es la confianza.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Mirar con Fe al Crucificado


La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar? ¿Cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz? 

Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo. No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor

Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir un misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo. En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos. 

En ese rostro apagado por la muerte, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias…, Dios nos está revelando como en ningún otro ges-to su amor insondable a la Humanidad. Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar crucesy sufrimientos, sino vivir como Él en una actitud de entrega y solidaridad. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida crucificada, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera Resurrección.