sábado, 28 de septiembre de 2013

Romper la indiferencia

Según Lucas, cuando Jesús gritó "no podéis servir a Dios y al dinero", algunos fariseos que le estaban oyendo y eran amigos del dinero "se reían de Él". Él no se echa atrás.

Luego narra una parábola desgarradora para que los que viven esclavos de la riqueza abran los ojos: un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre. El rico va vestido de púrpura y de lino finísimo, el cuerpo del pobre está cubierto de llagas. El rico banquetea espléndidamente no solo los días de fiesta, sino a diario, el pobre está tirado en su portal, sin poder llevarse a la boca lo que cae de la mesa del rico. Sólo se acercan a lamer sus llagas los perros que vienen a buscar algo en la basura.

No se habla en ningún momento de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se diría que no ha hecho nada malo. Su vida entera es inhumana, sólo vive para su propio bienestar. Su corazón es de piedra. Ignora totalmente al pobre. Lo tiene delante pero no lo ve.
Está ahí mismo, enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de cruzar la puerta para hacerse cargo de él.

También hoy se nos está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo justo a nuestro portal personas viviendo y muriendo en la miseria más absoluta.
Nuestra tarea es romper la indiferencia. El Evangelio nos puede ayudar a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna, y sin permanecer pasivos cuando podemos actuar.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Domingo 15 de Septiembre



El gesto más escandaloso
El gesto más provocativo y escandaloso de Jesús fue, sin duda, su forma de acoger con simpatía especial a pecadoras y pecadores, excluidos por los dirigentes religiosos y marcados socialmente por su conducta al margen de la Ley. Lo que más irritaba era su costumbre de comer amistosamente con ellos.

De ordinario, olvidamos que Jesús creó una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los pecadores no huyen de Él. Al contrario, se sienten atraídos por su persona y su mensaje. Lucas nos dice que "los pecadores y publicanos solían acercarse a Jesús para escucharle". Encuentran en Él una acogida y comprensión que no encuentran en ninguna otra parte.

Mientras tanto, los sectores fariseos y los doctores de la Ley, los hombres de mayor prestigio moral y religioso ante el pueblo, solo saben criticar escandalizados el comportamiento de Jesús: "Ese acoge a los pecadores y come con ellos". ¿Cómo puede un hombre de Dios comer en la misma mesa con aquella gente pecadora e indeseable?

Jesús nunca hizo caso de sus críticas. Sabía que Dios no es el Juez severo y riguroso del que hablaban con tanta seguridad aquellos maestros que ocupaban los primeros asientos en las sinagogas. Él conoce bien el corazón del Padre. Dios entiende a los pecadores; ofrece su perdón a todos; no excluye a nadie; lo perdona todo. Nadie ha de oscurecer y desfigurar su perdón insondable y gratuito. Por eso, les ofrece su comprensión y su amistad. Nada tienen que temer. Pueden sentarse a su mesa, pueden beber vino y cantar cánticos junto a Jesús. Su acogida los va curando por dentro.