Tiempo Ordinario, 26 de Enero de 2014
Cuando la Virgen recibió el anuncio de que sería la madre de Jesús, y también de que su prima Isabel estaba encinta -dice el Evangelio-, se fue deprisa; no esperó. No dijo: "Pero ahora yo estoy embarazada; debo atender mi salud. Mi prima tendrá amigas que a lo mejor la ayudarán". Ella percibió algo y se puso en camino deprisa. Va para ayudar, no para enorgullecerse y decir a la prima: Oye, ahora mando yo, porque soy la mamá de Dios. No hizo eso. Fue a ayudar.
Y la Virgen es siempre así. Es nuestra Madre, que siempre viene deprisa cuando tenemos necesidad. Ella no se olvida de sus hijos. Esto nos da seguridad. Ella nos ayuda también a entender a Dios, a Jesús. Debemos ser generosos, con el corazón grande, sin miedo a apostar siempre por los grandes ideales. Pero también magnánimos con las cosas pequeñas, con las cosas cotidianas.
Y esta magnanimidad es importante encontrarla con Jesús, en la contemplación de Él. Es quien nos abre las ventanas al horizonte. Magnanimidad significa caminar con Jesús, con el corazón atento a lo que Él nos dice. ¡Amad cada vez más a Jesucristo!
Nuestra vida es una respuesta a su llamada y vosotros seréis felices y construiréis bien vuestra vida si sabéis responder a esta llamada. Percibid la presencia del Señor en vuestra vida. Él está cerca de cada uno de vosotros como compañero, como amigo, que os sabe ayudar y comprender, os alienta en los momentos difíciles y nunca os abandona. En la oración, en el diálogo con Él, en la lectura de la Biblia, descubriréis que Él está realmente cerca de vosotros. Y aprended también a leer los signos de Dios en vuestra vida.