sábado, 11 de octubre de 2014

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Jesús conocía muy bien cómo disfrutaban los campesinos de Galilea en las bodas que se celebraban en las aldeas. Él mismo tomó parte en más de una. Este recuerdo vivido, le ayudó en algún momento a comunicar su experiencia de Dios de una manera nueva y sorprendente. Según Él, Dios está preparando un banquete final para todos sus hijos pues a todos los quiere ver sentados, junto a Él, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa. Por eso entendió su vida entera como una gran invitación a una fiesta final en nombre de Dios. Esta invitación no viene impuesta ni fuerza a nadie. A todos les hace llegar su invitación.
¿Qué ha sido de esta invitación de Dios? ¿Quién la anuncia? ¿Quién la escucha?

Jesús era realista. Sabía que la invitación de Dios puede ser rechazada. En la parábola de “los invitados a la boda” se habla de diversas reacciones de los invitados. Unos rechazan la invitación de manera consciente y rotunda: no quisieron ir. Otros responden con absoluta indiferencia: no hicieron caso. Les importan más sus tierras y negocios. Pero, según la parábola, Dios no se desalienta. Por encima de todo, habrá una fiesta final. 

El deseo de Dios es que la sala del banquete se llene de invitados. Por eso, hay que ir a “los cruces de los caminos”, por donde caminan tantas gentes errantes, que viven sin esperanza y sin futuro. La Iglesia ha de seguir anunciando con fe y alegría la invitación de Dios proclamada en el Evangelio. El papa Francisco está preocupado por una predicación que se obsesiona “por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas, que se intenta imponer a fuerza de insistencia”. El mayor peligro está, según él, en que ya no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales.