viernes, 29 de noviembre de 2013

Palabra de Vida

II Timoteo 4, 2.7:
"Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina." "He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la Fe."

Reflexión:
El apóstol Pablo, al final de su vida, hace un balance fundamental, y dice: "He conservado la fe". ¿cómo la conservó? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo un poco perezoso. Compara su vida con una batalla y con una carrera. Ha conservado la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado, ha llevado lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar, "embalsamar" el mensaje de Cristo. Por esto ha hecho opciones valientes, ha ido a territorios hostiles, ha aceptado el reto de los alejados, de culturas diversas, ha hablado francamente, sin miedo. San Pablo ha conservado la fe porque, así como la había recibido, la ha dado, yendo a las periferias, sin atrincherarse.

Nos podemos preguntar: ¿De qué manera conservamos nosotros la fe? ¿la tenemos para nosotros, en nuestra familia, comunidad, parroquia..., como un bien privado, como una cuenta bancaria, o sabemos compartirla con el testimonio, con la acogida, con la apertura hacia los demás? Todos sabemos que en la actualidad vamos con frecuencia "a la carrera", muy ocupados; pero ¿habéis pensado alguna vez que esta "carrera" puede ser también la carrera de la fe? Cada uno de nosotros somos misioneros. Somos misioneros también en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, poniendo en todo la sal y la levadura de la fe. Conservar la fe en familia, en el trabajo, parroquia, amigos... y poner la sal y la levadura de la fe en las cosas de todos los días.

La verdadera alegría que se disfruta en familia, comunidad, trabajo..., no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables... la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el camino de la vida. En el fondo de todo ello, está la presencia de Dios en medio de nosotros, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña a tener este amor paciente, el uno por el otro. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias.

Si falta el amor de Dios, también perdemos la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia, una comunidad... que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad. El Señor conoce nuestras dificultades. Y conoce los pesos de nuestra vida. Sabe también que dentro de nosotros hay un profundo anhelo de encontrar la alegría del consuelo. Jesús quiere que nuestra alegría sea plena. Se lo dijo a los apóstoles y nos lo repite a nosotros hoy.
(Papa Francisco)

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